domingo, agosto 13, 2006




Capítulo ii
El Gran Bilbao y la selva vasca

sábado, agosto 12, 2006



Capítulo i
Hasta el Cantábrico desde la ciudad donde el río hierve.

Ya se vé la luz del sábado cuando caigo a la cama. Deben ser sobre las siete de la mañana, lo que quiere decir que ya hace casi veinticuatro horas que salí de Murcia. La cama se mueve aún un poco y no debe ser un terremoto. Pero cuando no se está solo no importa demasiado.
El talgo de Murcia a Madrid salío el viernes* a eso de las 10 de la mañana y a eso de unos 32ºC a la sombra. Me advirtieron, me advirtió Iera, que tiene la amabilidad de buscarme cobijo y hacer de guía en mi primera parada, que estaba haciendo muchísimo calor, un calor insoportable, que no me lo podía ni imaginar; como si yo viniera de Noruega.
La mañana la pasé prácticamente durmiendo, leyendo "El Jueves", y dandole algún que otro tute a mis romanos**. Llegué a Chamartín a eso de las dos y media, lo que me dejaba más o menos una hora para comer. Llevaba la cabeza algo embotada y deambulé un rato antes de decidir si sentarme en un sitio dónde la comida parecía de plástico o uno dónde parecía de escayola pintada. Indiferentemente de eso me pedí un plato combinado en que el arroz, el pan y el huevo sabían igual por ocho euros y bajé de nuevo al andén de dónde salía el talgo a Bilbao. Iera me había insistido que nadie que ella conociera viajaba a Bilbao en tren, pero la idea de pasar siete horas en un autobús en el que no quepo entre asiento y asiento me supera.
No me imagino por que no lo hacen. El viaje es algo lento y da un poco de rodeo, pero compensa el espacio y poder levantarse a tomar algo a la cafetería, dònde, por cierto, conocí a un joven camionero de Miranda de Ebro que venía a Fuente Álamo a traer carrocerías y que, a la primera de cambio, me dijo que el no entendía de política. Sé que a veces soy pesado, pero ni si quiera recuerdo por qué lo dijo.
Aproveché su pueblo, donde el tren paró como diez minutos, para fumarme un Popular con los revisores y respirar un aire diferente al del vagón. Un aire diferente al mio también, diferente al de Murcia, diferente al de la ciudad donde el rio hierve. Ya hacía rato que el paisaje estaba cambiando. Habían aparecido por la ventanilla los campos de trigo en vez del matorral, y los chopos iban sustituyendo a nuestros pequeños y retorcidos pinos.
Recordé por un momento que doce años atrás cogí un tren en esa estación con amigos que ya no tengo, vestido con ropa que ya no me viene, que ya tiré, aunque para hacer cosas parecidas a las que hago ahora; crear recuerdos.
Llegué a Bilbao con retraso, lo que hacía casi las once de la noche, y ya bastante atontado, angustiado a ratos, por el viaje.
Iera me espera en una estación que me imaginaba más grande y más sucia; Bilbao Abando. Cogimos un metro, una de las dos lineas que hay para ser exactos, y fuimos hasta Cruces, una parte de Barakaldo dónde vive ella y dónde estaríamos en casa de Arantza y Rosa, dos amigas suyas que vinieron el pasado año a Murcia y que llamarlas encantadoras es decir poco.
Aún recien llegado, con los oidós entaponados y la sensación de no caber en mi cuerpo, me movilizaron para ir a "TXOZNAS", que son casetas de fiestas, al estilo de lo que en Murcia llamamos barracas, y que eran la señal de que Barakaldo estaba en fiestas; más o menos.
Antes de eso pasamos por la "Vieja Banda", donde trabaja Arantza, y tomamos algo con muy buena música y una decoración muy cuidada hasta el cierre. Un estilo a cervecería irlandesa, pero con más luz.
La txoznas estaban relativamente oscuras y corrían a lo largo de una especie de parque alargado que marginaba altos edificios de clase media trabajadora de hace unos veinte o vienticinco años. Según me cuenta Iera, hubo un tiempo en que el ambiente de estas casetas era marcadamente político, lo cual a todas luces paréce haberse perdido. Vevimos calimocho, cerveza, y casi hecho un trozo de higado con un chupito de cuyo nombre no me olvidaré.
Eso, por supuesto, se acompañaba de paseos, conversación, gente graciosa, gente pesada, música buena, música de la otra, y risas.
Fuimos caminando un rato hasta la estación más cercana por lo que me parecio una ciudad dormitorio de capital industrial de los años setenta, remozada con bonitas entradas de metro como la de la foto (en los túneles no se pueden hacer fotos), algunos parques con adornos de arquitectura postmodernista, y todo tipo de placas brillantes que recuerdan la suerte, a mi me lo parece, de tener dos idiomas. Tras esperar un rato, entre cabezadas mias, Iera y yo cogimos un metro que, con un aire mucho mas fantasmal que la primera vez, nos dejó junto a casa.
Si algo es Barakaldo, y me lo pareció en seguida a pesar de no andar demasiado, es una ciudad cuesta arriba. Al día siguiente, el despertar, a eso de la una y media del sábado, ya me notapa punzantes abujetas en las patorrilas. Buen comienzo para mi segundo día.
*Viernes 21 de Julio de 2006
**Libro: "Rubicón. Auge y caida de la República Romana" T.Holland.

sábado, agosto 05, 2006


Preámbulo

Éste blog, el primero que hago, y al que aún me enfrento con más miedo que vergüenza, comienza con la intención de plasmar un sencillo, pero formidable, viaje de verano del que acabo de regresar.

Gracias a la hospitalidad de un puñado de amigos, unos vejos y otros nuevos, he podido recorrer un trozo del cantabrico, el cual no conocía, y el cual volverá a sufrirme; seguro.

Con ese antiguo invento que es el tren, y que estoy convencido que es el futuro de cualquier transporte razonable, he salido de mi Murcia del alma, hace ya un par de semanas, y he pasado por Bilbao, Baracaldo, Bermeo, Vitoria, Gijón, y algún que otro sitio del que daré cuenta.

Sin más horario que la salida, descansando lo necesario y algo más, sin fechas ni compromisos inalterables, he recorrido estos sitios de la mano de gente que una vez más me ha demostrado su cariño.

Espero que sirva al menos para mostrar mi agradecimiento a Iera, Aiala, Carlos, Alberto, y otros muchos que irán apareciendo, además de recuperar la costumbre de escribir a diario.

Por cierto, la cabecera del Blog es una frase completamente situacional, y que no tiene ninguna función fuera del contexto en que fue hecha, más que el recordarlo. Es de Pablo. Gijonés, rockero, materialista, del partido, buenista, y como diría Carlos Penalva, presidente y creador de la linea estética de la Wenceslao Roces, freaky y borracho. Un encanto.

Espero pues que os guste a todos y me ayudeis en lo que podais.

Un abrazo.